LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827)
Beethoven falleció el 26 de Marzo de 1827 a las 5 de la tarde por probable Intoxicación por plomo y Cirrosis. La oración fúnebre la escribió Franz Grillparzer. Se escuchó con arreglos corales de los Equali para 4 trombones que Beethoven compuso en su juventud para una misa de Difuntos, y reza así:
“Nosotros que estamos aquí parados frente a la tumba del difunto, somos en algún sentido los representantes de una nación entera, de todo el pueblo alemán, y estamos aquí para lamentar la pérdida de la altísima aclamada mitad de lo que nos queda del brillo perdido de nuestro arte nativo y del espíritu de nuestra tierra natal.
El héroe de la poesía en lengua alemana todavía vive (Refiriéndose a Goethe), y que viva mucho todavía… Pero el último maestro del sonido, la boca por la cual nos hablaba la música, el hombre que heredó e incrementó la inmortal fama de Händel y Bach, de Haydn y Mozart, ha dejado de vivir, y nosotros estamos aquí parados llorando, frente a las cuerdas rotas de un instrumento ahora silenciado. “Un instrumento ahora silenciado”… ¡Dejadme llamarlo de ese modo!
Porque él fue un artista y lo que tuvo, lo tuvo solamente a través del Arte. Las espinas de la vida lo habían herido profundamente, y como el náufrago que se aferra a la orilla que lo salva, él se aferró a tus brazos. ¡Oh!, maravillosa hermana del Bien y la Verdad. Tú, consuelo del corazón lastimado. ¡Tú, Arte, nacida en los Cielos…! A Ti se aferró fuertemente y hasta cuando se cerró el portal por el cual te le habías acercado y le habías hablado, y cuando su sordo oído cegó su visión de tus facciones, aun entonces conservó Tu imagen dentro de su corazón y cuando murió ella aun reposaba sobre su pecho.
Él fue un artista… ¿y quién será capaz de pararse a su lado? Porque del mismo modo que un gigante avanza rechazando con desprecio las olas que se le oponen, él avanzó hasta los limites más extremos de su arte. Desde el arrullo de las palomas, hasta el ronco trepidar del trueno; desde las más sutiles armonías, entretejidas con los más hábiles recursos del arte, hasta ese terrible punto en que ese mismo tejido se deshace en el estallido sin control de las fuerzas de la naturaleza… el atravesó todo, abarcó todo.
Aquel que lo siga no puede simplemente continuar su camino, tendrá que comenzar de nuevo. Porque él llegó hasta el mismo lugar donde el arte termina. Descendencia en 3 y 4 voces. Resonante Sinfonía, “Alegría, bella hija de los dioses” (Refiriéndose a la novena), Musas de canción y cuerdas: ¡júntense aquí en su tumba y rodéenla con laureles!
Él fue un artista pero también fue un hombre. Un hombre en todo el sentido de la palabra, en lo más alto. Porque se apartó del mundo… lo llamaron misántropo y porque se mantuvo indiferente al sentimentalismo, lo llamaron insensible. ¡Ah, el que se sabe duro de corazón, no tiene necesidad de apartarse! – ¡Sólo lo más tierno, es lo más fácilmente lastimado! ¡Un exceso de sensibilidad siempre evita el espectáculo de sus sentimientos! Él huyó del mundo, porque en el repertorio completo de su amante naturaleza, no encontró armas con qué defenderse.
Se apartó de la compañía de los hombres después de haber dado todo y no haber recibido nada a cambio. Permaneció solo, porque no encontró su otro yo. Pero hasta su muerte preservó su corazón humano latiendo cálidamente por todos los hombres, su corazón de padre latiendo por su propio pueblo, por el mundo entero. ¡Así fue, así murió, y así vivirá por siempre!
Y ustedes, que han seguido su cortejo fúnebre hasta este lugar, sostened vuestro dolor. Vosotros no lo habéis perdido, lo habéis ganado. Ningún hombre entra vivo en los salones de la inmortalidad. El cuerpo debe morir antes que esos portales se abran. Aquel por quien os estáis lamentando, se encuentra ahora ya, entre los hombres más grandes de todos los tiempos, invulnerable para siempre.
Volved a vuestros hogares entonces, acongojados pero serenos. Y cuando, a lo largo de vuestras vidas, el poder de su obra rompa sobre vosotros como una tormenta, cuando el gozo se os vuelque en el medio de una generación que aun no ha nacido (O sea, NOSOTROS); entonces recordad ésta hora, y pensad: ¡Estuvimos allí cuando lo enterraron y cuando él murió nosotros lloramos…”
Franz Grillparzer (1791-1872)
Así fue y así ha sido desde entonces…